El Rastrillo es una pausa. Así quedó y así es. Fue como es, como será, como se espera.
Dentro está Vistalegre. Vistalegre es raro, es único. Usted no ha visto nada igual. A mi me lo han descrito como un sitio en el que no hay nadie normal. Aciertan, afortunadamente.
De lejos es fácil lo obvio, la descripción distorsionada por la estética. Tan fácil como inútil e inexacta, por incompleta.
Ponga usted a un grupo de «marquesas millonarias herederas del franquismo», llene un espacio tan grande con los perfiles que suelen describir el Rastrillo, con toda la dureza y mala leche que quiera. Hágalo y aquello no funcionará. Ni un día. Pero funciona, por lo que irremediablemente tiene que ser -y es- mucho más.
El todo y la nada en cuestión de minutos, el baile que levanta aplausos y el vacío entre medias hasta la próxima actuación. Borrachos, claro, como en todas partes, pero embelesándose con unas castañuelas y bailando lo que sea incluso cuando ni se sabe lo que se baila.
Vistalegre, por ejemplo, no es un bar. Corre la cerveza, las copas y lo que pueda comerse. Tiene sobre el papel lo mismo que cualquier restaurante con barra pero sale algo distinto.
Objetivamente ese lugar no es posible, no puede funcionar. Y ahí está, firme año tras año.
Injusto llamar voluntariado al motor de tal máquina. Hay de eso, pero de la misma forma que con todo, se escapa lo importante. Es mucho más, es una entrega humana ilógica que sincroniza una barra, un servicio de 200 comensales, un plantel de artistas hipnótico, una cocina y un espacio oficial de reuniones institucionales al más alto nivel.
No pretendan entenderlo, no es cuestión de fe. Afortunadamente se puede ver, tocar y sentir.
Describirlo es tratar de resumir El Guernica diciendo que sale un caballo. Imaginen que logro contarles con absoluta exactitud cómo es el caballo y logran verlo en su cabeza tal y como fue dibujado pincelada a pincelada. Por mucho que lograse tal destreza ustedes no podrían decir que han visto la obra de Picasso, de la misma forma que lo que unas líneas narren nunca podrán describir lo que allí ocurre.
Otras cosas no quiero contarlas, para forzarme a no olvidarlas. Y porque necesitan la suficiente ficción añadida para hacerlas creíbles. Más adelante.
Haré un pequeño intento en cualquier caso. Junte todo aquello que a priori no casa, aquellas personas que usted diría que son incompatibles, a ese público ajeno a esos artistas. Junte a quienes no verían nunca compartir espacio, a los que nada tienen en común sobre el papel, a los empresarios más dispares, a los rivales, a los más pudientes con los menos y a los más famosos con los más desconocidos.
Haga que se pongan un delantal, que vistan de negro, o una camisa blanca y pídales que durante 10 días hagan funcionar el más difícil y solicitado de los restaurantes. Añada público dispar y exigente.
Usted no invertiría un euro. Yo, lo que me pidan.
Vistalegre es una prueba en vida de lo posible. Que exista significa que se puede, lo que sea, por difícil que sea. El único lugar donde el caos asegura la organización perfecta.
Es la excepción de la regla gracias a la nobleza de quienes ahí trabajan, que enseñan lo que se puede cuando se quiere.
Es política, porque es inmune al desencuentro. Necesariamente molesto para unos y otros, porque resulta que caben todos. Por ser, es hasta un ejemplo. Si ahí dentro se puede, es que fuera también y más fácil.
Da lo mismo. Se seguirá negando porque lo inexplicable se simplifica hasta la burla. Aquello que es incomprensible en conjunto se divide hasta que de ello se puedan hacer las parodias que cada uno esté dispuesto a creer. Tendrá además las pruebas que necesite para creerselo, precisamente porque todo, está.
Lo mejor es que pasen y vean. Yo estaré ahí esperándoles, no tengan duda.