De fondo sonaba flamenco. Una de esas canciones que crees que te sabes, pero de la que apenas puedes tararear el estribillo.
Le hizo perderse la conversación de su mesa. Nunca había logrado mantener la concentración cuando se colaba música. Desconectaba, se iba con ella. Por eso odiaba ir a discotecas y bares. Era como estar sordo ante los demás.
Cada tres frases asentía, cada menos si le miraban. Ni el más mínimo esfuerzo estaba dedicando a enterarse de lo que decían.
Hasta que no salieron a la calle, tras pagar las cañas, no volvió a la conversación. Se alegró de que apenas hubiera avanzado. Les había dejado hablando de los límites de la libertad de expresión y ahí seguían, debatiendo sobre la legalidad -o no- de quemar fotos de Juan Carlos, Felipe, Sofía o Letizia.
No tuvo ganas de participar. Pensó que simplemente era algo que él no haría ni le gustaba ver a pesar de su activa militancia republicana.
Como seguía sin posicionarse, a pesar de las cada vez más recurrentes miradas de uno y otro cuando terminaban un argumento, el debate seguía empatado. Sus dos amigos se pisaban la palabra, con cada vez mayores gestos con las manos, en una escalada infinita de ideas, ejemplos y supuestos que casi nunca venían al caso.
Se dio cuenta de que esperaban de él una decisión final, que cual árbitro decidiera quien ganaba. Cada uno de ellos buscaba ese dos contra uno que él podía darles.
Se negó a hacerlo. Lo hubiera hecho de haber visto que aquello serviría para convencer al otro, pero a esas alturas sólo esperaban vencer.
Buscó una excusa para irse sin acompañarles y tras lograrlo recorrió varias manzanas en silencio, sin rumbo, perdiéndose por su propia ciudad.
Se sentó en un banco más para frenar sus pensamientos que sus pies. Hubiera podido seguir caminando, pero no podía seguir pensando.
Le asfixiaba la idea de no saber dónde posicionarse, de no haber querido ni podido dar la razón a uno o a otro. Le daba igual y eso le suponía un peso terrible.
¿Cómo podía darle lo mismo que quemar una fotografía fuera o no libertad de expresión? No se entendía. Siempre había vivido la política y la actualidad con pasión y ahora, de golpe, nada de eso le indignaba tanto como para moverse.
Siguió allí sentado. Llegó a darse pena, a enfadarse a preocuparse, pero no logró recuperar esa pasión por la lucha que hasta entonces le caracterizaba.
Cuando sintió frío se levantó, entró a una tienda para comprar pipas y se fue a casa a seguir viendo su serie en Netflix.