No parece quedar sitio para la política en España. Estaba maltrecha antes del 15M, con aquellos gritos sobre lo poco que representaban a la sociedad los políticos de entonces, pero desde aquello la tendencia ha sido a peor.
Los nuevos partidos crecieron nutriéndose del odio a lo anterior, responsabilizando de todo a la vieja clase política y prometiendo un futuro bondadoso y cercano que iba a cambiar todo para bien.
Pero siguieron enfadados. Siguen enfadados. Ahora incluso se enfadan desde el Gobierno.
Sinceramente, no han aportado ningún tono nuevo, más bien han enturbiado más las relaciones y lejos de ser una opción balsámica que facilitara acuerdos, han añadido nuevas torres cainitas desde las que soltar poco más que golpes y mamporros.
No se puede soportar el clima actual político en España. Es insultante, amoral, cutre, zafio y destructivo.
Da igual si hay una pandemia global o si estamos entrando en la mayor crisis económica en siglos, que desde los escaños se siguen abofeteando con los restos guerracivilistas de padres, abuelos y títulos.
Tal es así, que unos acusan a los otros de ser instigadores, justificadores y promotores de la violencia para normalizar su propia respuesta violenta como «legítima defensa». Trato de no hacerlo, pero me viene a la cabeza un momento parecido, relatos de un escenario prebélico que se excusaba en las mismas patrañas.
Si eso es todo lo que pueden aportar los políticos hoy, estando como estamos, debemos concluir que sus capacidades y talentos son lamentables.

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