¿Quedan partidos políticos?

En estos momentos sería justo definir a la mayoría de las agrupaciones políticas electorales como «movimientos políticos» más que como partidos.

Sin estructuras internas consolidadas, sin espacios territoriales propios, sin pluralidad de liderazgos, sin corrientes críticas, sin rivalidades, sin primarias…

En parte por la atomización de los partidos tradicionales, causada por la desafección y la desilusión, estamos ante un escenario de movilidad constante. Un supuesto partido político se presenta a unas elecciones bajo unas siglas u otras sin necesidad de reflexión debate o análisis más allá del impacto electoral.

Si la marca Errejón tira más que la marca Iglesias-Montero simplemente se vuelcan las lealtades sin ningún tipo de estrés ni tensión interna.

No existe fricción en buena medida por la falta de militancia tradicional. Un partido «tradicional» -pensemos en el PSOE de Felipe González-, se apoyaba en una masa de militantes activos y comprometidos que no tolerarían movimientos tan rápidos. Cada paso que esos partidos daban requerían de tiempo, mucho tiempo.

Tal vez por esa difícil capacidad de adaptación fueron quedando relegados, en evidencia con el 15M y diluidos con el paso del tiempo.

Ante un escenario político tan voluble (provocado y causal al mismo tiempo) la maquinaria de los partidos tradicionales sufre demasiado. Una militancia crítica con espacios para debatir (Congresos nacionales o regionales, Comités orgánicos, etc) no es compatible con cambios de posición de la dirección en menos de 24 horas -siendo generosos-.

En cambio, movimientos basados en grandes liderazgos (mediáticos) que se agrupan en torno a un nombre son mucho más flexibles. No existe como tal el debate, simplemente se sigue al líder. No es una militancia, es un «follow», un fenómeno fan.

Si el líder cambia, los seguidores cambian. No van a tener lugar donde debatir porque no forman parte de un partido, son parte de un movimiento.

Es fácil de ver en Podemos, fácil de ver también ahora con Errejón, pero similares características vemos en el PSOE, con el «hiperliderazgo» de Sánchez, Ciudadanos con Rivera y hasta en el PP con Casado (en menor medida porque no ha habido una evolución tan drástica) o con Vox.

Sánchez llegó a la Secretaría General del PSOE prometiendo que toda decisión importante pasaría por las bases y acabó ofreciendo votar a sus militantes sobre acuerdos ya firmados. Iglesias prometió democracia casi directa y acabó sometiendo a referéndum si debía quedarse con el chalet o no.

Errejón ha sido elegido a mano alzada, cono todo decidido, Rivera ni se acuerda de la limitación de mandatos.

Por no haber, ya no hay ni críticos. No da tiempo, ni se les espera. El que quiera debatir que se vaya a Twitter y grite a las paredes.