Era nuevo. Muy nuevo, lo más nuevo.
No podía ser más moderno. A su lado todo se volvía viejo y caduco, se oxidaba, renqueaba, no arrancaba.
Todos lo querían, imposible no desearlo. Pasó a ser de las masas, ofrecía lo que no había, hacía sentir lo que ya no se recordaba.
Y eso que no era nada, que estaba vacío, que no se movía. Pero cómo no quererlo, si era nuevo.
Cientos, miles, millones. De golpe lo llenó todo. Había en varios colores; morado, naranja y otros menos destacados.
Hicieron más a toda velocidad, imposible saciar la demanda.
Quien se quedó con lo viejo era criticado. Por serlo, por tenerlo, por valorarlo.
Y pasó el tiempo. Muy poco, pero lo suficiente. El vacío de lo nuevo estaba lleno de todo lo viejo, lo denostado, lo supuestamente abandonado.
A la misma velocidad a la que llegó, se quedó obsoleto. De golpe fue igual que el resto, que todo lo demás. A veces hasta peor, por burda imitación.
Al final todo viejo de nuevo.