Sin ayer

Eran gente sin memoria. No escribían, no dibujaban, no tenían tecnología que grabara lo que decían.

Pensaban en el futuro y vivían el momento sin saber que eso fuera un mantra del ideal que repetían hasta la saciedad quienes todavía no les habían descubierto. El mundo civilizado estaba a cientos de kilómetros de densos bosques.

No conocían el ayer, no lo juzgaban ni esperaban que les determinara. Se despertaban y hacían. Instintivamente prendían el fuego, recolectaban las semillas que mas apetitosas les sabían y sembraban nuevas cerca para que cada mañana supieran qué comer.

Vivían hacia adelante. Cazaban para comerlo al día siguiente, para saber lo que tendrían que volver  hacer mañana. No porque lo hicieran ayer, sino por lo que estaban haciendo hoy.

Tenían sexo casi siempre con la misma persona. Ella o él amanecían junto a ellos y suponían que había sido por algo. No recordaban la noche anterior, pero les hacía desear la que estaba por venir. Como una primera vez, siempre.

Si ese día se sentían diferentes cambiaban. No había reproche. Nadie se acordaba de nada ni se acordarían mañana.

Nunca llegaron a saber quién mandaba. Solía ser quien se despertaba antes, quien estaba más descansado, quien tenía una buena idea. De nada servía acumular, pues nadie sabría en unas horas de quién era aquello.

Tampoco llegaron nunca demasiado lejos. Quien lo hacía no volvía porque no recordaba cómo hacerlo. Ni se complicaron fabricando más que aquello que sirviera mañana.

Meses tardaron para hacer una conducción de agua. Cuando despertaban no sabían que tenían que hacerlo. Iban al río a beber y entonces veían un canal a medio hacer. A veces decidían seguir cavándolo, otras no le veían sentido alguno.

Un día amanecieron con agua. Empezaron a beber. Sin dar las gracias, sin más.

El duelo de sus muertos no duraba. Literalmente un día estaban y al siguiente no. Así que se disfrutaban de cero, de nuevo.

Hasta que no les descubrieran seguirían así de libres, sin ayer, sin pasado.