Muy cerca de llegar

No había camino más largo, agotador, asfixiante.

La suela de las zapatillas, reblandecidas por el calor, dejaban pasar las puntiagudas formas de cada una de las piedras que iba pisando y sus pies, igualmente desbordados, no impedían que los ángulos más pronunciados acabaran tocando hueso.

Las piernas le picaban aunque hacía ya kilómetros que había dejado de agachare para rascarlas. Demasiado esfuerzo para un placer tan frugal.

No había en cambio líneas rectas en su espalda. Toda ella era una gran curva que desde la mitad del recorrido ya descendía. Un desastre empresarial, una caída de acciones, una falta total de progresión en las ventas.

Sus cejas estaban desbordadas. Demasiado sudor para filtrar, separar de los ojos. Tampoco ayudaban ahí arriba las manos, que tan sólo colgaban de forma pendular a cada lado. Una sujetaba un bastón, para que el cerebro pensara que recibía ayuda externa. Mentira.

Como lo de que ya estaban llegando. No se llegaba. Nunca. Desde que había dejado de preguntarlo habían recorrido tres veces lo prometido.

La promesa lo valía. Supuestamente, porque no había estado.

Pero le habían hablado de aquella maravilla, aunque desde bocas que tampoco lo habían pisado.

Él era diferente. Lo había dejado todo para ir, tenía la fuerza, las ganas y la desesperación por hacerlo. Si no llegaba no llegaría nadie.

En esa promesa, en aquel camino, se desplomó. Caminó hasta que pudo, llegó tan lejos como la promesa de aquel paraíso le dejaba ir. Ni un paso más.

Un muerto más en el camino.