Se le olvidó prácticamente todo.
Le aburrió la lectura, se dormía con los programas y bostezaba en las películas.
Nunca en su vida le ofendió algo. Nada le hizo sentir incómodo.
El día era siempre el mismo, sin sustos, sin pasiones.
La sociedad no le exigía más que su consumo.
Podía comprar y gastar en lo que quisiera.
Creció con juguetes seguros, educativos, apropiados a su edad.
Dormía bien, jamás habló con su almohada.
Tenían conciencias parecidas.