Las mismas ganas de levantarse que la mañana anterior. Esta vez con mayor obligación que la meramente fisiológica, pero con la misma lucha por alargar los segundos, dedicándose a verlos crecer en el reflejo de los rayos de sol en su suelo.
Una copia de sí mismo, cada vez más marchita, aparecía cada mañana en el espejo del baño. Ni siquiera la barba era ya capaz de tapar las arrugas y lejos de restarle años se los sumaba. Se miró poco porque no tenía nada especial que ver. Escupió con fuerza la pasta de dientes tras lavárselos, como si quisiera expresarse haciendo significativo ese gesto habitual .
Ropa, la de siempre. A partir de los 70 ya no quedaba color en su armario más allá del negro para las últimas visitas a sus amigos, el blanco -sin estrenar- para celebraciones y el marrón y verde oscuro para cada día.
Se abotonó la rebeca despacio, tratando de estirar su columna según llegaba más arriba. Con esfuerzo lograba incluso ganar más de un par de centímetros.
Vestido y ya cansado de nuevo salió a la calle. Para caminarla lentamente, para ser constantemente adelantado. No mantenía más conversación que las disculpas que recibía cuando tropezaban con él y para el resto resultaba invisible. Su existencia era un tropiezo ajeno, la molestia de tener que rodearle para seguir, el tiempo perdido al esperar que pagara.
Llegó a la pastelería cuando no había nadie. Creyó haber tenido suerte, tanta como para poder hacer su pedido sin prisa, sin ser de nuevo una pausa forzada para quienes no querían nunca parar. Eligió una tarta pequeña, poco más grande que una magdalena.
Dudó mucho, cuando en realidad sus gustos siempre acababan en la misma elección. Chocolate.
Al llegar a casa la metió en la nevera. Quería esperar a que el día avanzara más, a esperar, tal vez, alguna llamada. Se durmió de nuevo sin que ningún timbrazo le despertara. Durmió, como desde hacia ya años, mucho más de lo que deseaba. Dormía por no estar despierto.
Poco antes de la hora de comer borró su esperanza de hablar con alguien y decidió terminar con aquel día, para hacerlo de nuevo uno más.
Encendió una cerilla que pinchó sobre la tarta, así que apenas tuvo tiempo para soplarla. Nada de pedir deseos. Ni podía esperar tanto ni serviría.
Dio un bocado a la tarta, dejó el resto en el plato y se sentó en el sofá para ver de nuevo la televisión. Esta vez ya con 80 años.