No decir nada

Lo primero que vi en Redes Sociales sobre el discurso del Rey fue una crítica por haber usado cinturón cuando llevaba un traje. La queja iba acompañada de otra que hacía referencia a la corbata.

Puede que me acuerde de tal análisis del discurso por la parte que me toca, ya que suelo llevar cinturones con traje, o puede que sea porque no he leído nada más relevante.

Felipe VI podría no haber salido en Nochebuena y no hubiera pasado nada. Ya salió en Octubre, dicen algunos, y puede que tengan razón. España está para un discurso, dos ya son demasiados.

Tal vez deba escribir con lamento que hayamos llegado a este punto, pero mi corazón republicano me provoca sentimientos encontrados. Un discurso irrelevante, en un momento tan relevante dice poco de la Corona y toda posibilidad por mostrar el anacronismo que representa tendrá siempre mi bienvenida.

Pero. Eso, hay un pero y es grande. Porque el problema no es de la monarquía, es general. Pensemos en los discurso en campaña de nuestros políticos y en lo que esperamos de ellos al escucharlos. Exacto, nada. No esperamos nada de lo que digan, los vemos porque resulta inevitable hacerlo, porque la campaña nos abruma, porque están ahí.

Podríamos votar sin escuchar uno solo de esos discursos.

Soy de los raros que lamentan que algo así pase. Creo en la fuerza de los discursos, en los que se dan cuando se tiene algo que decir, en los que sirven para cambiar conciencias, en los que marcan hitos en la historia y son recordados.

Obama lo sabía. Tanto que era capaz de hacer de palabras vacías un gran discurso.

En España ocurre lo contrario. Incluso quienes tienen algo que decir, algo que merece la pena y necesita ser contado hacen desaparecer su mensaje en sus discursos.

No es una cuestión de marketing, no pido que el Rey pronuncie su discurso desde un sillón de «Youtuber», que haga un baile antes o que pida al final que la gente se suscriba a su canal. No va de audiencia tampoco.

Va de lo que los esperamos que signifique lo que dice. De la trascendencia que le damos a la previsión de lo que nos vayan a contar.

Aquí si puedo comparar ámbitos y decir que Felipe VI debería ser un «influencer». Así es como viene descrito su papel en nuestra Constitución -con otras palabras, claro- y así es como debería afectar al resto de actores políticos.

Pero no está ocurriendo. Se lo que estaban haciendo esta Nochebuena numerosos periodistas y políticos de prestigio durante su discurso y desde luego no era estar frente al televisor.

Podríamos culparles, hasta decir que era su obligación seguirlo, pero lo cierto es que no. Porque sabían que lo que dijera, y esta es la clave de todas estas líneas, no iba a significar nada, cambiar nada o provocar nada.

Salvo sorpresa, me dirán, pero estarán de acuerdo que no es la Monarquía la institución de la que uno espera acciones inesperadas.

Somos raros los españoles. Podemos vivir semanas enteras con «días históricos», con la expectativa de que todo se va a romper y a la vez no tener ninguna esperanza de que nuestros representantes vayan a decir algo que nos afecte lo más mínimo.