Arrancó el día lento, saltando de canción en canción en una melancólica y espontánea lista de reproducción que mezclaba fados, coplas y tristezas varias.
Lloró de placer de nuevo con Carlos Cano y entró en un bucle de versiones que no sabía si le estaba robando tiempo o regalándoselo.
Logró olvidar lo que tenía que hacer, las llamadas que hacer, los mails que enviar. Pausó el mundo porque quiso pararlo, porque llevaba tiempo a ritmo cambiado, tarde, desacompasado.
Le pasaba cada vez más. Por la ventana de su Instagram veía un mundo veloz, intenso, volcado en exprimir cada día hasta la extenuación. Y él no. Él perdía el tiempo, capaz de no hacer nada hasta sentirse culpable.
La culpa la silenció esa mañana la música, como había callado el mundo, aislándolo tras unos auriculares blancos.
Por un momento, durante esos instantes, disfrutó.