Puede parecer mentira, dado el absurdo político con el que nos han obligado a convivir estos días, pero estamos ante un gran debate de fondo.
Casi me atrevería a decir que estamos ante un dilema político-filosófico que parecía resuelto, pero que ha vuelto a la duda.
Para verlo hay que dejar a un lado las bromas que reenviamos por Whatsapp, los dibujos de Puigdemont a lo Tintín y las rimas fáciles del 155. Ahora bien, no sabría decir si merece la pena. Tal vez lo mejor sea vivir entre «memes» que ir la filosofía política.
De hacerlo, de fustigarnos sin reírnos con cada nueva foto, veríamos que el debate se ha asemejado -intencionadamente- al del huevo y la gallina.
¿Qué va antes, la voluntad del pueblo o las leyes? Como si pudiera haber gallina sin huevo o huevo de gallina sin gallina. Porque huevos de otras cosas puede haber sin gallina, cierto. Y no sigo por ahí, que habíamos quedado en dejar a un lado los chistes.
La perversión de este dilema, que muchos entendíamos resuelto hace siglos, es concebir ambas categorías como separadas y no como elementos intrínsecamente asociados.
Volviendo al huevo y la gallina, solo para orientarnos, podríamos afirmar que en este caso nació antes la voluntad del pueblo. Más bien la voluntad del más fuerte del pueblo. Puede que hubiera algunas normas, pero la voluntad del que tenía el garrote más grande en la cueva se imponía de manera habitual.
Hoy en día ese garrote grande sería un BOE o un presupuesto.
Al salir de las cuevas, al crecer las sociedades y juntarse varios energúmenos con garrotes grandes y voluntad de ser usados, nuestros antepasados descubrieron (probablemente tras una innumerable colección de cabezas abiertas) que era mejor que el uso de la fuerza, y por tanto la toma de decisiones, no dependiera solo de la voluntad de los fuertes, sino de todos.
Para igualarse y hacer débil al garrote desarrollaron esas normas hasta ir creando pequeños sistemas de leyes y así hasta llegar al cenit de que la violencia legítima pasaba a manos del Estado. Paso a paso se depuraron esas leyes y se perfeccionó el sistema de toma de decisiones hasta llegar a lo que hoy conocemos como democracia. Y no, no siempre se avanzó de manera lineal.
Nuestra propia evolución había resuelto el dilema hasta hoy. La experiencia nos había demostrado que para saber lo que quería un «pueblo» era necesario un sistema político de representación que a su vez estaba sujeto a unas leyes aprobadas de manera colectiva.
De tal forma que quien tenga hoy el garrote más grande no representa la voluntad del pueblo, ni el que tiene más dinero manda más que los demás (bueno, vale, pero se entiende, ¿no?)
Por tanto, no va antes la voluntad del pueblo que las leyes, ni las leyes antes que la voluntad del pueblo. Básicamente porque son exactamente parte de lo mismo. No hay leyes sin la voluntad del pueblo de tenerlas ni se puede expresar la voluntad del pueblo de forma reconocible si no se hace en base a las leyes dadas entre todos.
Sí es cierto que es la voluntad de todos la que hace cambiar y va cambiando las leyes, pero sólo es reconocible por todos los miembros de la sociedad si dicho cambio se hace a través de los procesos legales, que son los que legitiman cualquier cambio normativo.
No está, por tanto, la voluntad del pueblo por encima de las leyes si lo entendemos de forma excluyente, como si hubiera que elegir con cuál quedarse.
Y la magia de la democracia -y de ahí la necesidad de cuidarla, mejorarla y respetarla- es que logra que cuando las leyes se quedan anticuadas se puedan cambiar sin tener que hacer ninguna revolución violenta. Así se ajustó la ley a la voluntad popular del divorcio, así se ajustó la ley a la voluntad del pueblo del matrimonio homosexual, así se van ajustando las leyes a la voluntad del pueblo de tener derechos laborales….
Obviamente no siempre se da esa adecuación sin fricciones, sin tensiones. Claro que la democracia no es perfecta y tener dinero y voto es mejor que tener solo voto, pero piensen cómo empeoraría todo si damos un pasó atrás.
Entonces sí seríamos un estado opresor. Si no se permitiera cambiar las leyes, si no hubiera forma de canalizar la voluntad del pueblo por vías democráticas, si nuestros gobernantes no aplicaran las leyes o impusieran unas nuevas sin posibilidad de derrocarles, entonces habría una revolución y me veríais luchando en ella.
Pero ahora, en España, incluso gobernando el PP, incluso siendo un partido infestado de corrupción, incluso con una separación de poderes imperfecta, incluso con corruptos con menos penas de cárcel de las que desearíamos, estamos ante uno de los sistemas -de todo el mundo- que de forma más perfecta conjuga la voluntad del pueblo y las leyes.
Algunos se conforman con eso, otros creemos que es necesario seguir avanzando para perfeccionar más el sistema que, tiene grandes fallas y otros parecen estar dispuestos a ponerlo tan en duda que no parezca grave un retroceso.