Experiencia

-Morimos poco.

Al bar le quedaban algunos años más, aunque las apuestas llevaban tiempo bastante igualadas en el barrio. Subían recientemente las que aseguraban que desaparecerían a la vez. Desde fuera parecía lo más probable.

Sus pieles se habían curtido de forma semejante, con esos surcos por uso o por contraste con las zonas menos vividas que relatan estar en un sitio seguro, con algo que contar pero al que llegas tarde. Esa barra y esa mirada tuvieron su gloria, te ponía un café sin pedirlo o te preguntaba por alguien que tú habías olvidado y respondías avergonzado un tembloroso «bien» que te delataba.

Dos sitios de refugio, sin tiempo. Un ritmo marcado por el líquido más servido a lo largo del día. Él estaba en el café, volvía con la cerveza y reaparecía con el DYC hasta casi fundirse con el siguiente café.

Llevaban tiempo sin escucharse y la mayoría sin oír lo que decía. Pero seguían farfullando, criticando, lamentando y recordando.

Un exceso de pasado en sus palabras y en sus cuerpos. Se notaba en la cocina de ambos, latiendo ya con menos fuerza aunque seguían sirviendo.

-¿Morimos poco? – preguntó aquel joven en busca de nuevos bares viejos en los que ser moderno.

-Morimos poco. En la mayoría de los casos una única vez. Y eso se nota.

El silencio le obligaba a seguir, como aquellos ojos por fin atentos a sus murmullos. Pausó la urgencia con sorbos a la copa, los que sintió necesario.

-Se nota porque no sabemos morir, lo hacemos con miedo. Pero eso no es lo grave.

El vidrio tras el último trago forzó la conclusión.

-Morimos poco, así que no sabemos vivir. Fíjate en quienes han muerto un poco alguna vez, los que creyeron no ver otro amanecer, en quienes casi no vuelven. Esa gente lo deja todo y vive. Eso es experiencia, pero nosotros ni caso.