Ser Felipe VI

Cuando trataba de aprobar el teórico del carnet de conducir, suspendí más veces de las deseadas por empeñarme en aplicar el sentido común en algunas respuestas. Aprobé cuando asumí que eran normas, independientemente de su lógica.

La monarquía, si me permiten el símil, es lo mismo; una colección de normas que -de creer en ella- deben ser respetadas independientemente de si tienen sentido, son justas o coinciden con el año en curso.

Quienes han visto o están viendo «The Crown» tal vez hayan podido notarlo bien narrado en algunos capítulos. Como institución fundida a una persona, debe ser defendida a diario.

Felipe VI, por trayectoria, debería estar disfrutando tranquilo de un apacible reinado. Una vez superada la crisis de un matrimonio que tenía más de lógico y humano que propio de un futuro monarca, el resto debía ser sencillo. De hecho ahora ya es norma lo que ayer escandalizaba.

Pero es Rey porque es el hijo de Juan Carlos. No por trayectoria, no por formación, no por el orden en nacer. Todo eso está bien, ayuda, pero no es condición de nada. Es hombre e hijo, eso es todo.

Su padre ha sido más humano que monarca. Salvado porque mientras ejercía parecía lo contrario -con ayuda de prensa y gobiernos- pero desnudo ahora que sus protectores han caído como desapareció su inviolabilidad.

De haberse notado que era más él que Rey, Felipe ahora tendría muchos menos problemas y seguramente menos títulos.

Pero se ocultó lo suficiente, se abdicó cuando fue clave hacerlo y ahora la monarquía se tambalea en vez de haber caído. Lo justo para que hoy Felipe pueda ser Rey, pero demasiado complicado como para poder ver más monarcas en un futuro si no se alteran las inercias.

La Monarquía no es lógica, se mantiene anacrónica y si perdura es por un simbolismo que depende de que quien está bajo la corona, no sea otra cosa más que Rey.

¿Injusto? Usted sabrá si quiere el carnet o no. A veces no hace falta.