Dedicatoria (26)

Si había cometido el error de no borrar aquella foto, podría haber otros. Siempre los hay, aunque a veces es difícil verlos. Por eso quería a Laura a su lado, para que nada se le escapara y no solo por duplicar el número de ojos mirando.

Miriam vivía con Elmer, así que tuvo que pedirle permiso para ir a su casa. Durante la conversación, de paso, confirmó -por una vez sin cambiar su declaración- la hora a la que fue al edificio. Coincidía con el relato de Rocío, con el momento en que ya estaba todo prácticamente recogido. Hubo un momento, dijo Elmer tras una nueva pregunta de Lucía, en que Miriam se tropezó en las escaleras y le empujó. Recordó que fue en ese momento en el que se agarró a aquella barandilla donde encontraron su huella.

No quiso preguntar más, por miedo a que volviera a sus declaraciones alocadas, sin sentido y porque tenía lo que necesitaba. Otra cosa es que en un futuro juicio fuera capaz de decir lo mismo sin invenciones añadidas, pero ese era un problema al que ya se enfrentaría.

Quedaron con él allí. Un trayecto sin un solo silencio entre Lucía y Laura, que se lanzaban propuestas, ideas y posibles pistas en cascada, añadiendo a cada una de ellas un «que no se nos olvide» que por la propia acumulación de información se negaba a los pocos segundos.

Era un piso pequeño, con más polvo que vida y, tras la muerte de Miriam, tantas habitaciones como personas. Loft, lo llamaban algunos. Cuchitril en el centro, describía Lucía mentalmente.

-Hay poco que ver -dijo Elmer, excusando el tamaño.

Ellas se miraron compartiendo una mueca de complicidad.

Ni un equipo entero de GEOs hubiera hecho un registro tan minucioso. De la cocina; olla a olla, vaso a vaso, del baño; bote a bote, cajón a cajón, de lo que se suponía que era el salón; cojín a cojín, revista a revista. Lo dejaban todo mejor colocado y ordenado que como estaba, así que Elmer evitó quejarse.

No quedó un armario sin abrir, un bolsillo de pantalón, chaqueta, abrigo sin explorar y hasta las sábanas se quitaron para volver a ponerlas.

Por ahora nada.

Junto a la puerta, una minúscula estantería de libros.

-¿Son suyos?-preguntó con maldad Lucía.

-No, eran todos de Miriam- respondió Elmer sin notar la burla.

Cogieron uno a uno, los abrieron, pasaron las páginas y los voltearon por si caía algo de ellas. Nada. Al colocarlos de nuevo, Lucía descubrió que había mirado uno sin verlo. Otra vez a punto de cometer un error por lo mismo.

Azul, la imagen de un océano, «En el fondo». Lo acababa de recordar, era en el que se fijó cuando investigaba, medio enamorada, el Instagram de Miriam.

En la tercera página, pegado al margen, siguiendo la línea vertical que forman las hojas al doblarse -un sitio poco común-, una dedicatoria.

Te amo como no eres, como no quieres ser. Un día estarás en el fondo, siendo feliz y yo seguiré amando lo que nunca fuiste. Cuando logres nadar, yo me ahogaré sin ti. Obligado a olvidarte desde que te conocí, desde que me llamaron para ser tu Lobo. Lo seré siempre, te amaré siempre.