Subida hacía 20 semanas. La foto junto a su Lobo, era de unos cinco meses antes.
Podía ser una inmensa casualidad que hubiera dos personas que se llamaran a sí mismos Lobo, o podría ser algo más que una pista. Tampoco tenía mucho sentido que hiciera un graffiti con un «para siempre» cuando las amenazaba con destrozar sus vidas.
Que dejara su firma se explicaba en las últimas páginas de aquel décimo capítulo de Rocío. El pacto incluía borrar todas las pruebas, ayudar a Lobo a que nadie pudiera pillarle. El día anterior vaciaron aquel hogar, limpiaron cada pomo, cada barandilla, cada puerta, sacaron toda su ropa, quemaron fotos, papeles, recuerdos. Tras ser degolladas, Lobo se llevaría la bolsa con la ropa con la que habían venido. Allí no quedaría una sola prueba. Estaba seguro de que podía dejar su firma, convencido de que no había más rastro, que sería imposible culparle.
Elmer tuvo que ir después de la limpieza. Y dejó la huella. Otra casualidad poco probable. Un novio reciente, tonto, sin gracia alguna. Con aquella pedazo de mujer. Vamos, casualmente elegido, pensó Lucía otra vez.
La relación de Miriam con Lobo no empezó con aquel golpe y aquella mamada. No si resultaban ser la misma persona. Entonces Miriam no sería tal víctima, entonces no habría un acuerdo sino un engaño. Con mejor o peor voluntad, pero un engaño.
Toda esta narración, acelerada, recibía una constante aprobación por parte de Laura, que asentía rítmicamente con la cabeza, acompasada con el tono, las pausas y los detalles clave que señalaba Lucía elevando la voz.
Era la segunda vez que estaba segura de tener el caso resuelto y la segunda que no tenía pruebas. Es más, ahora tenía las pruebas para demostrar su primera teoría, justo cuando hacía aguas.
Su investigación volvía a Miriam, saltándose a Asunción. Los informes de sus compañeros indicaban que aquella anciana sexy no escondía nada. Viuda desde hacía años, salía de su residencia para ir a aquel edificio. Sin más. Más que doble vida tenía una en absoluta soledad y otra con Miriam y Rocío. La de la soledad no parecía que fuera a aportar pista alguna. No había móvil, no había familia cercana, no había registro de visitas en la residencia y ni un movimiento raro en una cuenta corriente que mes a mes rozaba el rojo por lo escaso de su pensión y por sus gastos en juguetes.
De nuevo Miriam, de nuevo sus piernas, de nuevo su historia. De nuevo hablar con Elmer y un par de preguntas a Violeta, porque algo debía poder decir del graffiti, aunque sólo fuera una ventana temporal.
-Tenemos que ir a su casa -concluyó Lucía.
Laura dudó qué preguntar primero. Si aclarar el significado de aquel plural o saber a qué casa se refería. Al segundo recordó que Violeta no tenia casa.
-¿Las dos?
-Las dos.