Libro (22)

No respondía a los mensajes, dejaba sonando el teléfono aunque la llamada fuera de Lucía, dijo que no a dos invitaciones para ir esa misma tarde a programas de televisión.

Por la noche había quedado en volver a casa de Lucía, entonces tendrían tiempo de hablar, ahora lo necesitaba para leer. Se distrajo con una nueva llamada, pero alejó de nuevo el teléfono y lo puso en silencio. Tenía poco sentido que siguieran turnándose de una casa a otra cuando las dos vivían solas, querían estar juntas y era bastante incómodo ir todo el día con una pequeña mochila con ropa, pero plantearlo estaba en el aire, como esperando que fuera la otra quien soltara la propuesta. Igual lo hacía ella, esta noche. Si lograba terminar el libro.

Había quedado atrapada desde la primera página, desde ese «Equivocarte al nacer» que relataba Rocío con una carga emocional y una literalidad que hasta ahora sólo había visto, a menor escala, con un par de pacientes. Nunca así de claro, nunca tan convencidos.

Decidió que debía parar todo y no dejar de leer hasta terminar. Pasó el PDF a su tablet, se puso cómoda y a pasar del mundo hasta dentro de casi 400 páginas.

Por el capítulo cinco ya había logrado estar por completo dentro del relato de Rocío. Había descubierto el dolor de no encontrarse en el espejo, de no entender cómo no era de la forma en que decían que era. Había sentido fallar, como ella, con cada cumpleaños, como había sentido los golpes que no pocas veces se daba para culparse por no ser lo que su cuerpo decía. Una lucha de años contra una prisión con barrotes cada vez más gruesos, más sólidos, más definidos socialmente. Y ella cada vez más ella, pero atada, encerrada, guardada, castigada.

Había respirado con la misma fuerza que Rocío cuando fue lo suficientemente mayor como para quedarse sola en casa y pudo ponerse la ropa de su madre. La felicidad y la decepción de verse en un vestido pero con una cara, un pelo y un sujetador vacío. Era más ella, pero apenas unos minutos, con el corazón latiendo con fuerza por el miedo a ser descubierta. Volvía a doblar la ropa interior para dejarla exactamente como estaba, colgaba el vestido en la percha marcada para no confundirse y se quitaba las medias con absoluto cuidado para que sus uñas no las rompieran y dejaran una prueba.

Y cuando la pilló su madre. Esa descripción tan exacta de la cara de quien debía cuidarla y amarla. Un silencio de minutos, con unos ojos que la observaban fijamente evolucionando desde la sorpresa al asco y al final cuatro únicas palabras que fueron para siempre las últimas; para mí has muerto.

No quería estar muerta, prefería ser Ramiro vivo. Quería tener una madre. Pidió curarse, encontró una asociación ultracatólica que le ofreció un tratamiento y pasó años torturándose, hasta descubrir que Ramiro que no existía, que acabar con Rocío no le devolvía la vida sino que era morir de verdad. Pasó mucho frío hasta descubrirlo, muchos golpes, mucho silencio. Perdió la posibilidad de ser feliz, le quedó la convicción de al menos ser ella.

Desde esa soledad se construyó de nuevo, aunque mantuvo a Ramiro como escudo. Ella era Rocío, travestida de lunes a viernes como hombre para poder tener un sueldo. Logró algunas hormonas ilegalmente que le hicieron todo el daño del mundo. Aprendió a cuidarse desde entonces, a comprar la ropa que quería, las pelucas que deseaba y la lencería que lograba devolver en el espejo el reflejo que tanto la relajaba.

Era ya tarde, más de las seis cuando llegó al capítulo 10. Más de una decena de llamadas perdidas, una catarata de menajes por leer y notificaciones pendientes en casi todas las aplicaciones. Más de lo que podía abarcar, así que volvía al libro.

A las pocas páginas de ese último capítulo hasta el que Lucía le había pedido que leyera, supo que ahora sí debía llamara.

-¿Ahora me llamas? ¡Llevo todo el día intentando hablar contigo! -Lucía intentaba forzar un tono de enfado que en realidad no lograba mantener.

-Lo siento, estaba leyendo, como me pediste.

-¿Y no podías parar un momento a responder?

-No, ya lo entenderás cuando lo leas entero.

-A duras penas he logrado terminar el 11, como para leerlo entero.

-¿Has encontrado alguna información?

-Sí, confirma lo que sabíamos, pero ninguna prueba de lobo más allá de que existe.

-Ven a casa, tenemos que leer juntas el 10. Ya verás cuando descubras cuál es ese «lugar en el mundo».