Prensa (10)

Despertar con la llamada de ese periodista significaba que iba a ser un mal día. O una mala tarde. No sabía bien qué hora era.

-Sí. No. Todavía no. ¿Cómo voy a estar despertándome? Mi voz es así. Desde siempre. Eso es confidencial por ahora. No te puedo confirmar. Eso lo estás diciendo tú. No. No. No. Eso sí.

Iban a volver a llamar, seguro. Ese y otros más. Ducha rápida, aunque no era tan tarde. Vuelta a la comisaría.

-Te han estado llamando.

-Ya. Que vuelvan a hacerlo, que es gratis.

Tal cual. Sonaba ya el teléfono de su mesa sin haber llegado a su silla. Cuando lograba colgar, llamaba el siguiente, otro, otra, uno más. Lo habitual es que fueran los 12 de siempre, pero ya llevaba 15 y algunos que no conocía de nada. Imposible avanzar así, por mucho que quieran saberlo todo, soltó desesperada tras colgar la última llamada.

-Que no me pasen mas llamadas, que cuando tengamos un comunicado, se lo pasamos. Si total, luego publican lo que les da la gana…

Se centró en redactar las preguntas para Elmer, tras fijar su nueva declaración para esa misma tarde. No era fácil, porque necesitaba preguntar muchas cosas pero a la vez demostrar que sabía casi todo, para ponerle contra las cuerdas. Era habitual hacerlo, pero no en casos como este, en el que no tenía absolutamente nada cerrado. Cuando se levantó para coger el informe de su primera declaración, recibió la notificación de la primera noticia.

Tres personas degolladas en macabro asesinato

LOS CUERPOS APARECIERON CON SIGNOS DE HABER PARTICIPADO EN UNA POSIBLE ORGÍA DE ELEVADO COMPONENTE SEXUAL.

Ya están rellenando los huecos con imaginación, sin esperar a que hagamos nuestro trabajo, lamentó Lucía mientras lo leía.

La única prueba de que allí pasara algo mínimamente sexual se limitaba al análisis forense de la anciana, dato que con total seguridad no tenía la prensa. Sabía hasta dónde filtraban algunos de sus compañeros. Eran tontos, pero no imbéciles. Sutil diferencia, pero relevante.

Si hablaba con el periodista y le preguntaba de dónde había sacado lo del «componente sexual» sería como confesar que efectivamente había algo de eso. Ya no le pillaban con esas cosas.

Media hora tardaron las televisiones en dar la noticia, con todo lujo de detalles, que ni ella tenía. Se puso a verlo, algo que nunca hacía, pero esta vez estaba dispuesta a escuchar teorías. No pensaba que los analistas fueran siempre malos, algunos eran grandes profesionales con mucha experiencia en casos escabrosos, así que tal vez le dieran alguna buena idea. Nunca lo confesaría en público, claro.

Lógicamente, con lo poco que sabían los medios, la mayor parte de los análisis fueron irrelevantes. Una acumulación de «podría ser» que valdría para aclarar cualquier asesinato de la historia de la humanidad. Ni siquiera habían dado todavía con los testigos, con Violeta, con nadie que pudiera decir que eran buenos vecinos, gente muy normal que siempre saludaba.

Sí habían llevado cámaras y los planos del edificio de tres plantas se emitían en bucle. Ninguno apuntaba a las ruinas, a las columnas, al mensaje escrito en letras gigantes.

Iba a volver a sus preguntas para Elmer cuando conectaron con una psicóloga. Le gustaba cómo hablaba, la había visto ya varias veces y solía hacer buenos análisis. Fue muy sincera, se limitó a señalar que había un claro componente de «reflejo sincero de la identidad», explicando que los disfraces que nos ponemos no nos ocultan, en realidad dicen mucho más de cómo somos que cuando vamos vestidos con traje y corbata.

Esa era la teoría en la que estaba Lucía sin saberlo, sin tener las palabras para explicarlo hasta haberlas escuchado de la boca de la psicóloga. Y eso que ella no sabía nada de las frases escritas bajo la ropa interior. Pensó que debía llamarla, hablar con ella. Más cosas para la lista de tareas.