De vez en cuando dormía allí, en las ruinas que había frente al edificio de tres plantas. Lo hacía cuando quería estar sola, cuando quería que nadie la molestara.
La noche anterior habían intentado violarla en uno de los túneles de la ciudad mientras se esforzaba por cerrar los ojos y soñar algo alegre, así que se fue a las afueras, a su sitio secreto para pasar una noche. Otras veces simplemente se dejaba, no solían tardar demasiado y era la mejor forma de no tener broncas.
Así empezaba el informe sobre la declaración de Violeta, como si además de los hechos referidos a los asesinatos se hubiera querido dejar constancia de la denuncia social, de cómo era la vida de una mujer de 37 años que vivía en la calle.
Lucía no necesitaba ver la firma en el informe para saber qué compañero había interrogado a la testigo, el estilo era inconfundible.
Las fotos mostraban un colchón y unas escasas pertenencias. Todo junto al único muro con algo de techo que quedaba de lo que debía haber sido, hace mucho, un edificio bastante grande atendiendo a la cantidad de columnas que todavía mantenían su verticalidad. Desde esa improvisada cama no se veía el edificio de tres plantas y tres cadáveres, ya que quedaba justo al otro lado, pero la ausencia de paredes, ventanas o cualquier otra estructura señalaban que -a priori- el testimonio de Violeta debía ser el más certero.
No llegó de día, era tarde -no recuerda bien la hora pero noche cerrada- cuando sacó el colchón del escondite donde lo guarda cuando se va y rápidamente se quedó dormida. Usó su linterna para iluminar y no recuerda ninguna otra luz.
Se despertó, como siempre, antes de que amaneciera. Todavía le pasaba de vez en cuando lo de no saber dónde está, a pesar de llevar muchos años ya sin casa, y esa mañana fue una de ellas. Vio entrar y salir gente del edificio mientras recogía sus cosas. No le extrañó demasiado, pues era habitual que jóvenes entraran para drogarse, pintar las paredes o hacer fiestas lejos de la ciudad. Por eso no dormía ahí dentro, por eso prefería esconderse en la ruinas.
No recuerda bien cuántos, ni si había diferencia numérica entre los que entraron y los que salieron, pero si cree haber visto a una anciana junto a una chica joven. Iban de la mano, le extrañó que usa señora tan mayor entrara en ese edificio y por eso se fijó también en su acompañante.
Cuando dejó todo listo, fue de vuelta a la ciudad para ir al banco de alimentos. Debían ser las 10 de la mañana. No lleva reloj.
Lucía supo que debía hablar de nuevo con ella. Tras la declaración de Elmer había que añadir preguntas a las preestablecidas, esas que, como un loro, su compañero había planteado para dar con esa sencilla, aunque literariamente narrada, transcripción.
Necesitaba saber si el edificio, como suponía, estaba abandonado o reformado como aseguraba el sospechoso. Trataría de ajustar más las horas, aunque por ahora creían que todo había pasado después de que Violeta volviera al centro. A ser posible, pediría una descripción y un retrato robot de la anciana. Por asegurar.
Volvió a mirar las fotos para aterrarse de nuevo con lo poco que acabamos teniendo cuando no nos queda nada. En una maleta cabía todo, todo lo poco que se debe poder tener cuando se vive en la calle. Sólo las cosas que ella llevaba en su bolso costaban mas que todas las pertenencias de Violeta.
Al ir a meterlas de nuevo en la carpeta, de refilón, vio que en una de las columnas había algo. Una pintada que parecía corresponder con otra de la columna contigua. Sacó todas las fotos. Había más pintadas y presumía un patrón, aunque no desde el ángulo en el que el fotógrafo había disparado su cámara.
Tocaba volver a aquel lugar, sabía que nada ordenado ocurre por casualidad. Tal vez una primera pista, tal vez una obra artística. Merecería la pena en cualquier caso.