Institucionalizados

Nuestra democracia está en mejor forma que nunca. Cuando más la acusaban de débil y frágil, su maquinaria lenta y constante ha logrado mutar a sus enemigos sin apenas inmutarse.

Lejos de romperse España, el «sistema» acaba de asimilar, de golpe, a un número considerable y variopinto de políticos que hasta hace bien poco sólo defendían su ruptura, denostaban sus logros y amenazaban a ese supuesto régimen con su fin inmediato. El asalto a los cielos fue anunciado.

Aquellos que durante años fomentaron la ruptura y se valieron de llevar al extremo los fallos de nuestra democracia para justificar su demolición, hoy llaman Rey al Rey, se integran perfectamente en esas estructuras del Estado que señalaban como corruptas, callan ante nombramientos que apenas hace unas semanas ejemplificaban la podredumbre del régimen político y pasan a vivir exactamente como aquellos  a los que señalaban por vivir bien.

Sin hacer nada extraordinario, más bien algo tan cotidiano en una democracia como es la formación de un Gobierno, todas las voces que clamaban por un nuevo sistema han pasado a ser parte activa del mismo.

Con su sueldos, con sus prebendas, con sus títulos, con sus despachos, con su todo. Todo lo que antes resultaba, por lo visto, insoportable.

No es negativo, todo lo contrario. Salvo que no haya sido un cambio por convicción. Es decir, si han descubierto las bondades del sistema, lo útil que resulta para los españoles y lo extraordinaria que es nuestra democracia en el mundo nada que objetar. Se confundían entonces, cuando decidieron proclamar los fallos del sistema como si fueran fallos sistémicos. Nada que ver una cosa con la otra…

Si es una trampa y en realidad se han colado en las entrañas del sistema para acabar con él desde dentro, el peligro es mayor, pero lo cierto es que lo disimulan perfectamente. Si es esto, chapó por la actuación y se merecen derruir lo que consideren necesario.

Tiene pinta, a riesgo de equivocarme, de ser lo primero. De haber descubierto que la reforma es más efectiva que la ruptura. Esto es una alegría suficientemente grande como para olvidar todas las broncas que durante años nos han soltado acusándonos de ser poco menos que «colaboracionistas» con una especie de Estado opresor mandado por las élites a las que servíamos gustosos por un puñado de privilegios.

Ahora, a ellos, la institución les ha absorbido, fagocitado, convertido en parte del sistema.

Si no se olvidan de los errores que había que solucionar, de aquello que en sus primeros mítines era tan terrible y hacen por cambiarlo, no quedará menos que seguir felicitándose porque nuestra democracia, cuál organismo vivo, sigue regenerándose.