Se dijo que los nuevos partidos envejecían demasiado rápido y había algo de cierto en ello.
En el caso de Podemos el envejecimiento, mas que prematuro, era esencial. Iba en su propia construcción. El planteamiento de un partido abierto, en círculos, de abajo a arriba -de existir- apenas duro unos meses frente al liderazgo ilimitado de Pablo Iglesias.
Sobre él se construyó la dirección, el partido, los Congresos, las papeletas, las campañas y el relato. Los círculos daban vueltas mientras él dirigía.
En campaña funciona, al menos durante unas pocas campañas. Una figura potente, mediática y con un discurso interesante al espectador/votante resulta crucial en estos tiempos.
El riesgo es quedarse en esa construcción y no ampliar la base. Es una columna muy sólida, pero una pata no sostiene una mesa si lo que la rodea empieza a moverse, soplar viento y la empujan con un poco, tan solo un poco, de fuerza.
Sin escuderos con espacio para crecer, alianzas más solidas y coherentes y concentrando una y otra vez todo el discurso, el espacio y los errores, lo que estamos viendo era inevitable.
Cuando cae su relato cae el del partido, justo cuando no quedaba nadie para construir uno nuevo. Cae, además, en periodo electoral. Y no hay más, porque se le dijo al votante que todo era Pablo Iglesias.
Para colmo, quedan los muy fieles. Un mal común en los partidos «viejos». Quedan los que quedan, que ya dice mucho.
Son normalmente los más fieros con cualquier posible crítica (no la hicieron en su momento, no la van a hacer ahora) y los máximos defensores del líder, haga lo que haga. Los enemigos son todos los demás y no dudan en sucumbir a la máxima de la derrota; «si tanto quieren a nuestro líder fuera, es que es el mejor». «Pues que se lo queden», responden los votantes a gritos en las urnas.
Pasó como el más moderado en el debate. Ni más ni menos que el más moderado, con lo que había sido. Le dejaron que lo fuera, le sabían irrelevante. Nadie ataca al que nada aporta, pero no lo vio entonces, porque sólo escuchó que había ganado el debate. Lo ganó, básicamente porque al resto le importaba poco que lo hiciera, pues bastante centrados estaban en que no lo ganara quien sí les podía perjudicar.
Pablo Iglesias no supo irse, ni ahora saben cómo quitarle. Los que quedan no quieren hacerlo y los que sí quieren ya están fuera.
La pena es que Podemos era mucho y podía ser mucho más. Iglesias logró que incluso quienes poco confiábamos en él, admirásemos su capacidad de convencer al votante aún sin entender que fuera posible. Abrió una ventana de oportunidad enorme que se quedó completamente solo sujetándola. Y se la van cerrando, claro. Porque menudo es el PSOE para cerrar ventanas ajenas.
Poca solución queda, pues el problema no es envejecer rápido, sino hacerlo mal.
Mientras, sus militantes seguirán empeñados en que «son los poderes económicos, mediáticos, las cloacas o incluso las tropas imperiales» los que están acabando con Iglesias, sin ver que son sus votantes los que se han ido. Porque las cloacas no le votaron, ni los poderosos, pero los demás sí. Y ya no.
PD. Como ven, es posible describir los problemas de Podemos sin siquiera hablar de Galapagar, porque desgraciadamente es una cuestión de fondo, que supera las formas (y eso que las formas dan para un hundimiento en sí mismo)