Difícilmente te gustará un final. Los finales no existen, no son reales.
La vida no tiene un final, así que crearlo para una serie, un libro o un cuento es y será siempre lo más falso de cada historia creada.
Tú lo hubieras hecho de otra forma, claro. Porque tú has interpretado la historia desde tu perspectiva. Lo mismo que han hecho todos los que han pasado por ella. Cada uno mira desde un sitio diferente y sólo esa distinta posición ya nos hace ver lo narrado de forma única.
Habrá un personaje que te haya dicho más que otro, una despedida a la que habrías dedicado más tiempo que a otra. Un cambio de frases del guión, un momento más épico, más justo, más memorable. ¿Por qué?
Poner un final es decidir dejar de contar la historia, no hacer que la historia acabe. Si quiere luego el lector puede continuarla, u olvidarla. O esperar a que el autor decida si quiere seguir contando o ya terminó porque sus personajes transmitieron lo que quiso decir.
Y no es fácil. Yo llevo meses sin poder escribir una línea decente porque no logro saber si Salvador tiene algo más que contar o no.
Hay finales mejores, cerrados, abiertos, peores pero todos son irreales porque no son nunca un final. A una muerte le siguen llantos, a una boda sexo o peleas, a un nacimiento pañales, a una coronación problemas.
Pero cuando lo que va a pasar es ya «otra historia» decidimos poner un punto. Por poner algo, porque la coma en realidad manda.
Aunque si es por quejarse, nada que decir. Somos la mejor generación para eso. Hasta recogemos firmas para que otros cambien un final que no nos ha gustado. Lo de escribirlo nosotros, ya otro día.
Lo dicho, el final no existe. Es tan arbitrario como el resto de la historia, con sus momentos altos y bajos, con sus incoherencias e inexactitudes. Y le faltarán cosas, claro. Porque se cuenta algo, no todo.
Intenten narrarlo todo, les deseo suerte.