Un instante

Le escocían los ojos por su propio sudor. Casi no podía abrirlos y cuando lo lograba todo estaba borroso.

Un nuevo golpe, uno más y de nuevo al suelo. Normal, no veía.

Casi lo estaba desando, para poder ir a su rincón y limpiarse la cara, secarse todo lo posible y aclarar sus ojos. Ese último golpe recibido, en cualquier caso, había sido muy doloroso. No pudo cubrirse y de ahí la hemorragia nasal de la que era fiel testigo la toalla.

Dos minutos le dieron para cortarla. El algodón que su entrenador le encajó en la nariz hizo que doblara su tamaño, ya de por si hinchado y deformado.

Le sobraron algunos segundos para volver a ponerse en el centro, frente a su oponente. Demasiado bien le veía.

De nuevo la campana y a moverse. Esquivó bien, pero no lograba acercarse.

Necesitaba estar lo más pegado posible, tanto como para hacer perder fuerza a los golpes de su rival. Él, en cambio, había desarrollado una forma única de poder golpear desde muy cerca con mucha fuerza.

Pero le tenían ya estudiado. A cada paso suyo, otro se producía en sentido contrario para alejarse. Así hasta que pudo arrinconarlo en la esquina.

Regaló un nuevo golpe para poder entrar. Deseó que no volviera a sangrar y tuvieran que parar de nuevo, ahora que estaba a escasos centímetros. No se paró a comprobarlo y empezó a golpear. De abajo a arriba, en la boca del estómago. Perdió la cuenta.

Cuando ya no pudo golpear más en el mismo sitio soltó un directo a la cara. Perfecto, limpio, con la fuerza acumulada de la inercia de todos los anteriores.

Ahí pararon el combate.