Encerrado en una habitación por horas. En soledad.
Fuera, ruido. Mucho. De gritos, de goles, de limpieza y de vida cotidiana.
Haciendo nada, preocupándose, con el agobio de no hacer, de no escribir, de no ganar.
Pasan las horas como condenas, juicios de lo poco hecho, de lo mal hecho, de lo poco productivo.
Salir igual que se entró, pero con menos tiempo. Con el cansancio de no haber hecho cuando se tenía que hacer.
Un día y otro, esperando a que llegue no se sabe bien qué.
Con los problema acumulándose, sin aplastar pero sin desaparecer. Con más llamadas en la lista, con más mails a la espera de recibir.
No es tan grave, pero pesa.
Ya cambiará el ritmo, ya habrá otros momentos. Buenos, incluso.