Cambio de ojos

Le despertaron a gritos.

Así había sido desde que comenzó la guerra. Gritos, ruido, gritos, órdenes, gritos, disparar, cubrirse, dormir, volver a empezar.

Estaba harto. Ya apenas sentía miedo, desde hacía semanas la tripa no le molestaba, no rugía ni le recordaba la descomposición en la que todos estaban.

Al principio le dijeron que vería cosas horribles, que las pesadillas le acompañarían y fue cierto un tiempo. No dejaba de ver el horror que provocaban sus éxitos con el fusil, ni lo desastroso de una mala cobertura a sus compañeros. Había visto derramarse más sangre de la que creía que cabía en un cuerpo, caras de dolor verdadero, del que desea la muerte.

Todo lo había visto con sus ojos. Pero no solo la guerra. Desde que nació siempre había ocurrido lo mismo. De golpe se angustió tanto como para no escuchar más gritos a su alrededor.

«Siempre viendo todo desde la misma perspectiva, siempre yo, siempre mis ojos». Sólo había visto el mundo desde dentro de su cuerpo, todo era en realidad una sombra en una cueva. La luz venía de su cabeza, los colores, las explicaciones.

El pensamiento le presionó tanto el pecho como la primera vez que vio la trinchera.

Llevaba toda su vida viendo siempre a través de los mismos ojos. Sólo había visto el mar desde donde él estuviera, sólo había visto a sus novias desde su cuerpo, con sus ojos. Todo el mundo había sido visto por él.

Entendió lo que le llevaba a creerse tan especial. Por mucha empatía que tuviera, sus ojos iban a estar siempre en sus cuencas, conectados al mismo cerebro y poniéndole a él primero, por delante, lo más importante.

La angustia creció hasta convertirse en claustrofobia. Se sintió encerrado en su cuerpo, atado a verlo todo desde ahí. No podía ver más que aquello que sus ojos le dejaran observar.

No pudo soportarlo. El silbido de las balas le recordaron de golpe dónde estaba.

Volvió a ver con sus ojos. Sangre de nuevo, un arma en sus manos y gritos.

Miró a todos los demás. Sus ojos estaban en otros sitios, viendo otras cosas que él no veía. Le veían a él, desde fuera, cuando él sólo se podía mirar desde sus propios ojos. Preso de nuevo.

Se sintió un desconocido. Nuca se había observado de verdad, desde fuera, como realmente debía ser.

Pudo ser la locura de la guerra, pero no lo aguantó más.

Salió de la trinchera hacía la fosa de cadáveres mientras le gritaban. Buscó un cuerpo conocido. Fue sencillo.

Le arrancó los ojos, se arrancó los suyos y los cambió. Apretó hasta meterlos en sus cuencas, gritando de dolor.

Durante ese rato no vio nada. Le pareció hasta relajante. Cuando terminó vio de nuevo todo.

Otros ojos, pero para ver lo mismo. Desde el mismo sitio. A pesar de que habían visto una vida diferente, ahora veían la misma.

Probó con otros ojos. Probó con ojos de mujer, de niño, incluso a ponerse un ojo de una persona y otro de otra.

Estaba bañado en sangre y seguía preso. Sólo podía ver desde donde estaba, desde lo que era, desde lo que ya había visto. Podía ver más, ver lo que nunca había visto, pero jamás podría hacerlo siendo otro.

La oscuridad llegó por una bala. Imposible saber si propia o ajena.