Los huesos

Desde la última vez que se había movido la tierra se rozaban.

Fue una de las caricias más lentas de la historia. Pasaron años hasta que aquel húmero terminó encontrando esa cadera. Ahora seguirían así el tiempo que no conocían ni podían medir. Tal vez les encontraran juntos o tal vez la tierra, esa que les cubría, volvería a separarlos.

Nunca supieron quienes eran. Ni siquiera si al que acariciaban era de su mismo sexo. No sabían ni el suyo.

Aquel húmero estaba prácticamente irreconocible. La bala que lo partió apenas seguía existiendo, su rastro se había ido deshaciendo hacia el olvido que seguramente deseaba quien la disparase.

No quería tampoco acercarse demasiado. Un abrazo demasiado fuerte contra aquella cadera podría descomponerlo por completo. Ella era mucho más robusta, más completa y mejor rodeada de otros huesos.

Reposaban juntos por decisión de quien les quiso ahí. No por gusto, no donde debían. Lo sabían porque ninguna voz familiar les habló nunca desde fuera, nadie les lloró cerca. Nada.

Tampoco supieron si habían sido nacionales o republicanos. No se lo dijeron, aunque algo de eso tuvieron que ser.

Había muchos más. Algunos más mezclados que ellos, otros, sufriendo el frío del agua filtrada apenas se distinguían de la tierra que los engullía.

Casi todos querían salir, ser leídos, vistos analizados. No lo recordaban ya, pero imaginaban que tenían algo que contar y con quién ir.

Mientras, ahí seguían. Juntos, sin nombre, rodeados de otros iguales. Si no cambiaba nada, al menos, seguiría acariciando aquella cadera.