Se despertó en la playa.
No como en las películas -con el agua de las olas golpeando suavemente su cara-, sino en plena arena, al sol. Le picaba todo el cuerpo, tenía sed y la arena húmeda por alguna lluvia reciente le impedía poder librarse fácilmente de ella.
No podía haber sido una borrachera, vivía a kilómetros de la playa y recodaba haberse ido a dormir temprano. Podrían haberle robado porque no tenía ni su cartera ni su móvil, pero estando en pijama la teoría era simplemente una más.
Ni una marca en su cuerpo. Ningún golpe, rasguño o rojo más allá del roce de la arena. No le dolía la cabeza, no estaba mareado. Nada.
Empezó a recorrer la playa sin caminar demasiado. De lado a lado hasta que entendió que lo más lógico era salir de ella. Atravesó algunas palmeras, se adentró en una pequeña selva baja y siguió caminando.
A los diez minutos no encontró más que otra playa. Supuso, a pesar de lo ilógico de la situación, que estaba en una isla. Se dispuso a recorrerla y lo confirmó.
Pequeña, era muy pequeña. Un paraíso de tener un pequeño hotel, un buffet y unas hamacas. Calmó su sed con algo de agua de lluvia acumulado en algunas hojas y no gastó un segundo en gritar. Había visto mar y más mar mirase donde mirase.
Tampoco trató de hacer señales de auxilio, ni intentó hacer una hoguera más que para calentarse. De haber pasado alguna patrulla de rescate hubiera pasado desapercibido.
No se pellizcó. Si era un sueño prefería vivirlo. Era su sueño.