Un enorme trozo

Tan solo tenían un enorme trozo de tela.

No era mucho, pero pensaban que era mejor que nada. Estaban seguros de que les protegería del frío, de la lluvia, incluso de los rayos del sol. Podrían usarla para recoger agua, para pescar o para vestirse con ella si fuera necesario.

No había en la isla ningún otro objeto de la civilización de la que venían.

A los pocos días se enfrentaron por aquel trozo. Unos pensaban que el uso prioritario era radicalmente opuesto al que los otros querían darle y no tardaron en usar estacas de madera para tratar de apropiarse de ello, arrancándolo de las manos de los desarmados. Aquella pelea les motivó a dividirse en grupos, a preparar más piedras y palos y a ver un enemigo.

Avanzaron, crearon cada vez herramientas más sofisticadas, armas más afiladas y fronteras con normas propias.

Pero las fuerzas se igualaban pronto.

Se dividieron para quedarse con la tela, pero nunca ninguno logró imponerse y  simplemente se quedó en medio, ondeando.

Así, se convirtió en bandera y ya no sirvió para pescar un solo pez, no vistió a ninguno. Ni siquiera la escurrían tras una lluvia para recoger el agua. La sombra que daba no la aprovechaba nadie, por miedo a los otros.

Con el tiempo desapareció. Perdió su forma y se volaban los hilos que quedaban sueltos.  Al final únicamente quedó el mástil y a cada lado dos pequeñas sociedades con las caras pintadas de colores opuestos.