No nos gusta nada todo lo que nos recuerda las residencias, ese lugar donde las vidas acaban sin una dignidad correspondiente a lo vivido.
Mejor no verlas, o verlas poco. Salvo contadas excepciones, como en todo, son el último lugar donde uno querría estar y, por ahora, el único lugar donde acabaremos. Un lugar aséptico, como su olor, fácil de limpiar, con apenas la decoración justa para no ser confundidas con una habitación de hospital. Una gran sala de espera, como la del dentista. A eso se parecen y con las mismas ganas de ser llamados y atendidos.
Hemos creado un espacio donde la muerte es casi una forma de escapar, alejando el cuidado de nosotros, incapaces de hacerlo por un número largo de excusas. Algunas incluso bien fundamentadas.
La pandemia las ha señalado. Un virus ha puesto de manifiesto lo que son, los medios que tienen y lo que representan. Lejos de ser una etapa más de la vida, están preparadas para ir apagando esa última fase, para ser un tratamiento paliativo de la ilusión y la esperanza.
Hasta la pelea política por lo sucedido en ellas se hace de lejos, sin querer tocarlas ni entrar en ellas. La culpa vuela de un nivel de gobierno a otro de tal forma que logramos hablar de ellas sin tener que detallar cómo son y lo que pasa allí.
Sería muy incómodo hacerse responsable de cómo se han planteado, de cómo la sociedad -una tan supuestamente avanzada como la nuestra- depende para crecer de no perder tiempo cuidando a la mayores y no tener más posibilidad económica que esa.
Es mejor enfrentarse por las residencias sin tocar ni un solo de esos aspectos. Mejor señalar a un consejero, un ministro, un vicepresidente. Es mucho más fácil.
Así que siguen tapadas, como casi todos los otros problemas en España. Porque da igual, porque no importan las residencias. Lo que importa es la pelea, la crítica y la acusación al otro para debilitarle.
Prueba de ello son las declaraciones sobre dicho tema, dónde está el foco y qué dimisiones se piden. Ninguno ha sentido la necesidad de exigirse la propia.
No es el virus. Ni en las residencias, ni en la educación, ni en la sanidad. Es la política.

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