La última residencia

Vania Bravo Hernández

 

Este dichoso virus está marcando un antes y un después en numerosos aspectos de nuestra vida.

Se ha roto una forma de ver la vida , de golpe, nos ha parado en seco y con tiempo suficiente como para poder mirar atrás y reflexionar en qué hemos fallado y poder generar nuevos paradigmas.

Uno de los grandes errores cometidos es aquel que rodea a nuestros mayores. El modelo de las “Residencias de Ancianos” ha sido con diferencia la mayor equivocación por muchos aspectos.


Hemos destinado a nuestros mayores, esos que nos aplanaron el camino y lucharon por lo que hoy tenemos a un abismo en el que la sociedad se ha ido desentendiendo de su “ancestros” para dejarlos en centros donde la muerte llega cada día, los familiares delegan los últimos cuidados a personas con contratos decadentes para hacer aquellas cosas, no tan agradables, que sus mayores hicieron previamente por ellos y que nosotros no deseamos hacer.


Ese egoísmo es la expresión de fracaso de una sociedad entera.


Al principio de esta pandemia pude escuchar de alguien, no recuerdo de quien, qué si los vulnerables hubieran sido los niños nuestros mayores lo hubieran dado todo sin ningún amago de protesta por frenarlo.


No ha sido así, y el resultado ha sido desgarrador. Y ahora todas las familias que han perdido a un ser querido en una residencia, tienen el peso de la culpa por haberse dejado engañar, empujados por un modelo tan cruel con poca o ninguna otra alternativa real. Y por más que les digamos que no son los culpables, que es la sociedad en su conjunto, ellos, con el corazón roto, no lo ven.


Si de algo deberíamos haber aprendido es la importancia de la conciencia colectiva.
Ahora parémonos a pensar en un nuevo horizonte en el que los mayores disfruten hasta el último momento, un modelo que deseemos todos para nuestro futuro, y para ello es fundamental que no se rodeen sólo de muerte sino de vida, de ilusión y esperanza, que no se les aparquen como si fueran coches, porque son muy útiles para hacernos mejores personas, humanizarnos y no sólo para mostrarnos todo aquello que saben, que también, pero igualmente para rebajar nuestro ego y desarrollar la humildad , aprender a respetar a todas la personas de principio a fin, de no minusvalorar a aquellos que de alguna u otra manera necesitan ayuda porque en verdad nos están brindando la oportunidad de hacer de este mundo un mundo mejor lleno de empatía y solidaridad recíproca.


Para ello, escuchémosles cuando dicen que quieren seguir en sus casas. Destinemos más dinero público para hacerlo posible. Hacerles llegar visitas a sus casas, comida a domicilio, ayuda en sus tareas cotidianas y recogida a domicilio de excursiones culturales o de toda índole, para no dejar que se aíslen.

Ofrecerles toda una variedad de servicios entre los que se encuentren la relación intergeneracional, para que podamos aprender todos en conjunto. Más que nada porque no es cierto que los mayores no aprendan de los niños ni de sus ancianos. La vida es un aprendizaje continuo. Y todas las personas, por diferentes que sean, tienen algo que enseñar a los demás.