No fue fácil encontrar la película, Laura tuvo que darse de alta en una web porno para poder acceder a ella y separarla de la montaña de resultados que salían al poner Caperucita. Quedaron en aprovechar juntas, esa misma noche, el mes de prueba que regalaban.
En los primeros cinco minutos se confirmaba que el guión no añadía a la trama más de lo que ya explicaba el título. Caperucita, que era Miriam, paseaba por un bosque que ni siquiera parecía bosque, vestida con lencería roja y una capa del mismo color que acababa donde empezaban sus infinitas piernas. En algunos planos, hasta se veía la sombra del cámara si milagrosamente lograbas salir del laberinto visual que aquel cuerpo provocaba.
No llevaba cestita, era un bolso pequeño del que sacaba una barra de labios para hacer que se pintaba unos labios ya exageradamente rojos, a juego. Tras ese primer plano, tras esos labios por los que pasaba la lengua y terminaba con un pequeño mordisco del labio inferior y que imitó Lucía sin darse cuenta, aparecía un lobo, el lobo con peor vestuario posible.
Probablemente era un viejo abrigo de piel, de la abuela del director. Los pelos revueltos, la cara manchada con barro y unos pantalones de chándal gris. Era evidente que todo el presupuesto había ido al conjunto de Miriam.
A partir de ahí, lo obvio. El lobo se abre el chaquetón, ruge enseñando unos pectorales más trabajados que su interpretación y cambio de plano. Una cabaña, una cama mal puesta y por lo viso, 50 minutos más de rodaje. No vieron más, no podía verse más.
La imagen del lobo encajaba a priori con la de la foto. Por tamaño y cuerpo. El nombre del actor, desgraciadamente, no tenía pinta de ser real.
No tardaron ni diez minutos en comisaría en pasar a Lucía la dirección del director y el teléfono. No tardó ella un segundo en llamarle. En dos frases habían quedado para verse.
Lucía y Laura salieron de casa, cogieron el coche y llegaron a Las Tablas, al bar donde habían quedado, cinco minutos antes de lo acordado.
Ya estaba ahí Urdiales. Tan bajito con en las fotos, con menos pelo, con el mismo estilo que los protagonistas de sus películas. Seguramente era el mismo chándal. En la piel unos surcos, que Laura no lograba adivinar si eran más bien ríos de sudor secos.
Lucía fue directa.
-Necesitamos saber quién es Marco Rambotti. Sabemos que ha trabajado con él.
-Hace tiempo ya. Solo una película. No era muy bueno -respondió pausando en exceso cada punto, recuperando un oxígeno que no parecía sobrarle.
-No venimos para contratarle, queremos encontrarle.
-Recuerdo aquel rodaje. Miriam estaba espectacular con esa capa.
-Miriam está muerta. ¿Puede respondernos? -Lucía subía el tono por momentos.
-Lo sé, lo he visto en las noticias. Una pena. Qué buena estaba. Y lo bien que trabajaba. Lo que pidieras, lo hacía.
Laura se sorprendió sintiendo más asco del que ya tenía por estar frente a él.
-O nos dice el nombre o viene a comisaría a decirlo.
Acercó su mano al servilletero, intentó coger una y salieron siete. Escribió durante unos segundos y le pasó el papel a Lucía.
-Eso dos estaban enamorados. Por eso la película no funcionó. La gente no quiere ver follar a enamorados.
Se levantó y se fue, no dejando que ellas dijeran nada más. Lucía leyó la servilleta, ponía lo que necesitaba así que agradeció la rápida despedida.
-Cariño, nos vamos a Ciudad Real.