Director (28)

Las pistas reales eran una foto poco definida, una dedicatoria y una firma en un graffiti de unas columnas con un «para siempre» que ahora significaba algo completamente distinto a lo que Lucía pensó la primera vez.

Ya no era parte de las letras escritas en la piel de las mujeres degolladas, ya no era un mensaje al mundo. Era para Miriam, aunque nunca lo llegara a ver. Violeta aseguró que esas pintadas eran muy recientes, que nunca las había visto. No es que no se hubiera fijado, aseguró que no estaban. Laura decía que podía ser verdad, que Lobo lo pudo escribir tras salir del edificio, con los cuerpos ya muertos. Coincidía con su obsesión por Miriam.

Ni la foto ni el graffiti habían llevado en todo este tiempo a una posible identificación. Quedaba la dedicatoria, ese «obligado a olvidarte desde que te conocí, desde que me llamaron para ser tu Lobo».

Lucía hizo un repaso mental de todo lo que sabía de Miriam, de todo lo que era cuando no era un atún. Una modelo casi desconocida, una actriz sin apenas papeles y una gran facilidad para ganar dinero enviando sus fotos desnuda a desconocidos.

Como fuera uno de ellos, no sería nada fácil. Había unos treinta usuarios que le hacían envíos de dinero a cambio de esas fotos y pequeños vídeos. Encajaba, eso sí, que alguno se hubiera enamorado.

Pero nadie les llama, menos para ser su Lobo. Laura, además, insistía en que esa gente no suele pasar de ahí, que tienen mujer e hijos, que solo necesitan un poco de alegría para cuando están a solas en el baño de casa o de la oficina.

-¿Has mirado para qué eran las sesiones de fotos o los rodajes a los que iba? -añadió.

-Es el siguiente paso, pero pueden ser infinitos- respondió Lucía resoplando.

-Dudo que sean tantos, que apenas la conocía nadie… además, sabemos cuándo empezaron.

-Más o menos…

-Sí, no una fecha exacta, pero lo reduce a un año, dos como muchísimo.

-Mira tú las fotos de sesiones de modelo y yo las publicaciones sobre los rodajes-dirigió Lucía.

De vez en cuando miraba a Laura, que estaba obsesionada por encontrar detalles que nadie había visto en las fotos. Como cuando te apuntas a uno de esos juegos en los que tienes que resolver pruebas con amigos para escapar de una habitación y siempre hay uno que se pasa el rato entero buscando pistas en el diseño de los marcos que hay en la pared, que son simple ambientación, mientras el resto van resolviendo todo lo demás. No quiso decir, nada. Nunca se sabe, pensó.

Ella, en cambio, rastreaba como loca vínculos en los «me gusta» de cada post, cruzaba comentarios, iba de cuenta en cuenta buscando un patrón que señalara relaciones más directas y cercanas.

Le resultó interesantísimo comprobar cómo la formación de cada una provocaba maneras tan diferentes de mirar al mundo. Y amó poder complementarse tanto.

Poco a poco, un nombre pasaba a estar en negrita en las notas de Lucía. Ramón Urdiales una y otra vez. Miriam ponía corazones en todas sus fotos y siempre añadía comentarios aplaudiendo su trabajo, con cierto tono pelota, pero disimulado. Él, en cambio, aparecía en pocas fotos de Miriam. Ponía corazones únicamente en algunas publicaciones de rodajes de los que no había demasiado información. Ambos, eso sí, se seguían.

-¿Puedes buscar en Google «Ramón Urdiales?

Laura cerró la aplicación de Instagram y abrió Internet. No tardaron en llegar los resultados.

-Es un director de cine.

-Pues no me suena de nada- dijo Lucía.

Laura empezó a teclear, pulsar enlaces, y leer a toda velocidad lo que iba encontrando.

-Normal. Son todas películas porno y tienen pinta de ser muy malas.

Lucía le quitó el móvil, ansiosa por analizar esa información. Todos los títulos eran tan malos como debían ser las películas. Empezó a leer algunos en alto para reírse con Laura.

-Los increíbles polvos, Piratas calientes del Caribe, Sexavatar, Harry en peloter, El señor de los Culillos.

-Joder qué espanto- interrumpió Laura mientras lloraba de la risa.

Lucía, que seguía leyendo aunque sólo decía en voz alta las que creía más graciosas, de pronto cambió el gesto, ahogó la risa y miró fijamente a Laura. Le enseño el móvil.

-Caperucita acaba roja.