Instagram (9)

Muchas pistas de las que abren y pocas de las que cierran. Eso no sale en las pelis, cuando todos se alegran de encontrar indicios por todas partes. Pero no, hay pistas que son un error, otras un horror y algunas que te alejan más de lo que deberías.

Con esa acumulación de frentes abiertos decidió irse un rato a casa. Fuera la hora que fuera. Se iba a meter en la cama a dormir. Ducha caliente de media hora, toda la casa desordenada y así iba a seguir. Ni un pijama limpio, así que pantalón corto de gimnasia y camiseta. Cena poca y dos cervezas. Una serie en Netflix. Empezó una nueva porque ya no recordaba cuál estaba viendo. No volvería a verla.

Cama y libro, un rato, hasta que el poder de atracción del móvil hizo su efecto. Marcapáginas, luz apagada y móvil en la cara. Instagram. Miriam, buscar.

Menudo Bellezón de mujer. Así, sin estar metida en un atún, sin oler a pescado y sin tener el cuello abierto. Piernas kilométricas, algunos abdominales marcados y unos pechos ideales -aunque apostaba a que operados-. Si me lo hago yo, no me quedan así, lamentó en silencio.

No era capaz de relacionar el cuerpo degollado con el que había estado hacía unas horas con las imágenes de aquella chica tan espectacularmente guapa, por mucho que supiera que eran la misma persona. Todo su Instagram eran fotos como si fuera una modelo, algunos vídeos de series en las que había trabajado pero que ni se debieron estrenar ni las debió ver nadie que no fuera familiar del director y portadas de libros con su correspondiente crítica en los comentarios. Guapa y culta. Lucía se sorprendió sintiendo ganas de conocerla. Está muerta, joder.

Nada que tuviera que ver con peces. Lo único, un libro con un título que llamaba la atención; «En el fondo», con la imagen de un océano tras las letras. No era mucho, pero quizá algo. Lo anotó para comprarlo y leerlo.

Buscó en los likes algún patrón, alguna cuenta anónima que pudiera ser la cuenta «B», donde ella subiera aquello que no quería que se supiese. No lo aprendió en ningún cursillo de la policía, ella misma tenía una cuenta con otro nombre para cotillear a amores pasados. Poco éxito y encima se le cerraban ya los ojos.

Se despertó de golpe, probablemente a los pocos segundos. Todavía tenía el móvil en las manos. No era la primera vez que había tenido un sueño con un caso, con un muerto, pero sí la primera vez en soñar que se enrollaba con uno en un bar. Antes de que se esfumara por completo, como hacen casi todos los sueños, disfrutó una vez más del recuerdo, falso, de los labios de Miriam bailando por sus orejas, desfilando hasta su boca, impactando con los suyos.

Joder, está muerta.