Porno (7)

Podía llegar a entender que alguien quisiera ser una sirena. Para eso Disney había hecho su trabajo en nuestra infancia, pero lo de ser un atún superaba su capacidad de comprensión.

Un día tardaron en llegar los resultados de las huellas. Las de Ramiro, nombre que ponía en el carnet incrustado en sus calzoncillos, seguían sin mostrar coincidencia alguna, pero confirmaban la identidad de Miriam y la de Asunción, 84, nacida en León.

No tenía ganas de empezar a hacer el listado de posibles familiares y nexos de unión, así que delegó todo ese trabajo en sus compañeros. Les dijo que en sus manos estaba dar sentido al caso, para que no rechistaran demasiado. Ella dudaba mucho de que esa línea de investigación llevara a buen puerto porque de haberlo pensado, no la hubiera cedido. Entendía que tres personas tan dispares, unidas por una especie de fetichismo desconocido hasta el momento, no tendrían en la vida real relación alguna. En cambio, si hubiera tenido que dar el pésame a unos cuantos.

Prefirió investigar sobre las pistas que tenía. Lo primero, meterse en internet a buscar en páginas porno algo que se pareciera a lo encontrado. De enfermeras sexys había un exceso de oferta, algo más reducida si filtraba por edad. De hombres disfrazados de princesas había vídeos que directamente procedió a denunciar y enviar a sus compañeros del grupo de delitos telemáticos, pero nada que encajara con el placer de llevar una corona y un vestido con brillo salvo por algunas páginas sobre transexuales. Eso se aproximaba más, sí. Podría haber algo de eso.

Sobre mujeres que son peces nada. Encontró alguna modelo especializada en tomas submarinas, pero de ahí a ser un atún había demasiado salto argumental. Tal vez debía buscar en el internet profundo, pero no tenía tiempo ni ganas de seguir viendo personas desnudas en prácticas extrañas, dolorosas o delictivas. Junto con el aviso a delitos telemáticos, envió una solicitud de ayuda, con la descripción de los asesinatos y su posible teoría de los hechos. De haber algo, ellos lo encontrarían antes.

Antes de cerrar aquellas páginas abrió un par más tradicionales, para irse con unas imágenes más agradables en la cabeza y de paso, un punto de excitación que la ayudaría a vencer el cansancio que acumulaba.

Con el recuerdo de esos cuerpos entregados al placer cogió el coche en dirección al edificio de tres plantas. Un recorrido que disfrutó, más de lo que a priori hubiera imaginado. Supo que tenía algunas carencias afectivas que debía solucionar rápido.

Al llegar, ante ella, las columnas de las ruinas. Pintadas a trozos y a punto de demostrar si su teoría daba resultados o acababa igual que su búsqueda de porno.

Se fue moviendo de izquierda a derecha hasta encajar las piezas. Tuvo que alejarse cada vez más para tener la perspectiva suficiente. Cada vez un paso más hacia atrás. De golpe, su espalda chocó con la puerta del edificio de los asesinatos. La distancia era esa, pero necesitaba altura.

Subió al primer piso, nada. Subió al segundo, casi. Llegó al tercero y desde la ventana, por fin, se veía claro:

«Para siempre»