Examen forense. Tan frío como siempre.
Lucía ha querido estar, es bastante obsesiva con los casos que le motivan y este sin duda cumple los requisitos porque nada encaja. Marcos le ha dicho que será largo, que será cuidadoso, que será ella la primera en ser informada. Le da igual, no se va a mover de ahí.
Solo hay dos mesas, así que el cuerpo de Miriam sigue en la nevera. No lo quieren decir, pero es el que más les interesa, sobre el que creen que se mueve todo lo ocurrido. Por eso, instintivamente lo han dejado para el final.
Marcos, por su corpulencia, se encarga del varón vestido de princesa de cuento y sus ayudantes de la anciana. Lucía se mueve entre las dos mesas.
Empiezan todos a la vez, cortando los disfraces y dejando los cuerpos desnudos. Los calzoncillos están movidos, era de ahí de donde habían sacado el carnet en la misma escena del crimen. Al dar la vuelta al cuerpo para ponerlo en la camilla, notaron el bulto. Lucía mandó hacer la foto correspondiente y no dudó en meter su mano por la ingle hasta llegar.
No había ningún orificio de bala, ningún golpe, ningún hueso roto. Ni un rastro visible -a simple vista- en sus uñas, sin signos de asfixia o lucha. Tal vez, dudó Marcos y cogió algunas muestras, rastros de cinta aislante en las muñecas.
El cuello completamente rajado y sobre el pubis, depilado sin cuidado por las minúsculas marcas de sangre -estaba vivo cuando se lo hicieron-, escrito con rotulador «ahora eres lo que tanto te gusta».
Lucía miró al cadáver como miraba a los pederastas. Anticipó la condena y media investigación, olvidando que todavía tenía una muerta dentro de un disfraz de atún y una anciana con minifalda, labios rojos y pechos encorsetados.